Un paseo por la historia de las instituciones y programas educativos

Todo (o casi todo), en nuestra cultura europea, tiene como hito fundacional la cultura grecolatina. Iniciemos este viaje en el tiempo a la Grecia clásica, al esplendor de Atenas y la expansión de sus ciudades (polis) comerciales en el Mediterráneo, y el nacimiento de la filosofía como sistema racional del pensamiento (del mito al logos). Con el auge de la democracia en Grecia surge la necesidad de educar a las élites en las habilidades políticas y retóricas que requería participar en esas asambleas y en el desarrollo cultural y científico de Atenas. Tras la pedagogía oral, en diálogo, de Sócrates, su maestro, Platón funda la Academia, y su discípulo, Aristóteles, el Liceo. Ambas instituciones educativas, concebidas como escuelas de filosofía o sabiduría, son espacios situados a las afueras de la ciudad, rodeados de naturaleza y con un recinto deportivo o gimnasio integrado en esa residencia donde los discípulos conversan con el maestro mientras beben vino o pasean. Son entornos de convivencia, de transmisión de la sabiduría del sabio a los aprendices, costeables para la clase alta de esa sociedad, que integran saberes muy amplios (matemáticas, astronomía, ejercicio físico, oratoria y metafísica, y donde la estrategia didáctica fundamental es el diálogo, ya sea que se desarrolle como intercambio dialéctico (tesis vs antítesis) o bien como una mesa de discusión: turnos de habla en los cuales cada participante ofrecía su respuesta al dilema o su discurso en relación al tema discutido (simposios). 

Aquí nacen, por tanto, las primeras formas organizadas de educación filosófica. Espacios de conversación, estudio, vida comunitaria. No es fácil determinar si eran “escuelas” en un sentido moderno, pero sí se asemejan, en muchas de sus dinámicas educativas, a lo que hoy llamamos comunidades de práctica (Lave y Wenger, 1997): agrupaciones de personas que aprenden juntas a través de la participación, el diálogo, y la resolución conjunta de un interés común. El maestro, más que explicar, guía la comunidad de aprendices hacia una búsqueda común: el conocimiento de la verdad y el desarrollo de la virtud. 

Restos de la Academia de Platón (s. IV A.C., Atenas)

Otro hito fundamental, ya en la Edad Media europea, fueron las escuelas monásticas, donde el abad transmitía las verdades reveladas de la Biblia y otros documentos religiosos (como el Comentario al Apocalipsis de San Juan, del Beato de Liébana) a la comunidad de monjes jóvenes y donde su ejercicio de escucha devota debía compaginarse con las horas de copia a mano e ilustración de los manuscritos que llegaban al monasterio.

Las escuelas monásticas, y más tarde las universidades medievales, introducen una lógica jerárquica y burocrática en la organización educativa. El conocimiento se estructura en órdenes, grados y disciplinas. Max Weber ya advirtió que este tipo de organización, sustentada en reglas y autoridad legítima, configura una burocracia educativa muy duradera.

    

Poco a poco empieza a consagrarse, en algunas universidades (Bolonia, Oxford, París, Salamanca, Padua, etc.) un programa o currículum prestigioso: las artes liberales, compuestas por el Trivium (gramática, dialéctica y retórica), y el Quadrivium (matemáticas, geometría, astronomía y música). Las clases consistían, en esencia, en la exposición magistral o lectio del profesor (desde su "cátedra", que etimológicamente significa "silla", en alusión al hecho de tener la cadera sentada mientras impartes la clase). También incluían la "disputa" (disputatio), debates entre los profesores y los alumnos, cuyo objetivo era poner a prueba y desvelar con claridad el razonamiento en el que fundamentaban sus lecciones. La universidad medieval ya tiene rector, facultades, plan de estudios, evaluación. No tan distinto de lo que tenemos hoy. Una genealogía que podemos rastrear, reconocer cómo ha llegado a nuestro presente. 

Ilustración de una escuela monástica

Ilustraciones del Comentario al Apocalipsis
(Beato de Liébana, s. IX, Cantabria)

Ilustración que representa el programa (artes liberales) de la universidad medieval:
Trivium y Quadrivium

Esta tradición escolástica (teológica y moral) de los claustros medievales se topa con la revolución tecnológica y cultural de la imprenta (Guttenberg, mediados s. XV), que multiplicará el acceso al saber intelectual y favorecerá el desarrollo del humanismo pedagógico y la ciencia en las universidades (que, aunque emergen en la Edad Media, pero se consolidan y expanden en el s. XVI y s. XVII): la astronomía empírica de Copérnico y Galileo; la física de Newton; el método experimental de Francis Bacon, los Derechos Humanos de Francisco de Vitoria.

    

Auge de las universidades europeas en los s. XVI y XVII

El saber intelectual, no obstante, seguía en manos de una minoría letrada. El salto a (casi) toda la sociedad, la creación de la educación pública, fue avanzando siglo a siglo hasta desplegarse completamente en el s. XIX, de la mano de otras revoluciones: 
  • la Revolución industrial, que genera una clase proletaria que necesita ser instruida para ser más eficaz en el trabajo;
  • la consolidación del Estado-nación, tras la lógica racionalista y anticlerical de la Revolución Francesa y el imperialismo de las potencias europeas (como el Imperio Británico), que necesitan formar a la sociedad entera para que comparta un conjunto de conocimientos, identidades, valores y habilidades para el buen funcionamiento del nuevo orden estatal o imperial.
Uno de los modelos de escuela emblemáticos del s. XIX es la escuela victoriana, que extendió la educación nacional pública a todas las clases sociales, muy enfocada a la alfabetización y el cálculo, basada en la memorización, la repetición, el buen comportamiento, la disciplina. 

Con la escolarización obligatoria llegan nuevos problemas organizativos: ¿cómo educar a muchos niños a la vez? ¿cómo mantener la atención y la disciplina? ¿cómo evaluar? La escuela se convierte en una organización moderna, jerárquica, segmentada, con funciones distribuidas y objetivos definidos.  Louis Althusser (1970) propone la idea de escuela como aparato ideológico del Estado, una institución que forma sujetos obedientes y funcionales al orden social.

Frente a ese modelo disciplinario, hoy algunos centros (como las Escuelas Pías de Aluche, en Madrid) buscan otras formas organizativas basadas en el cuidado, la participación y la autonomía de los estudiantes.


Escuela Victoriana (s. XIX)

En el s. XX, como reacción a las desigualdades generadas en el crecimiento económico del capitalismo se propagan las ideas revolucionarias del socialismo (Owen, Fourier, Marx). Uno de sus principios educativos es la instrucción universal gratuita. Y una de sus prácticas más habituales fue la combinación entre la formación recibida en la escuela y el trabajo en la fábrica. 

    

En el caso de España, y ya en el s. XX, tras la Guerra Civil la iglesia, con el regreso de los jesuitas, recupera parte del papel que la Segunda República (1931-1936) le había quitado. El sistema escolar del régimen franquista da una importancia central a la formación de un sentimiento nacional, la moral católica y la separación por sexos. A lo largo de las cerca de cuatro décadas del régimen hay cambios significativos, especialmente en la evolución de la pedagogía hacia corrientes humanistas más seculares y modelos activos del aprendizaje. 

Durante el franquismo, por tanto, la escuela fue centralizada, dogmática, confesional. Pero a partir de la Transición, evolucionó hacia la descentralización, la participación del profesorado y la autonomía pedagógica. Por ejemplo, en el organigrama de un centro educativo durante el franquismo, el director era nombrado por el Ministerio, sin claustro participativo, a diferencia de hoy (consejo escolar, proyecto educativo de centro, coordinación pedagógica...).

Tras la muerte de Franco, y con el desarrollo de la España democrática, esos cambios se materializan en la LOGSE de 1990 (Ley de Ordenación General del Sistema Educativo), con Felipe González (PSOE) como presidente del Gobierno, cuya filosofía educativa promueve una mayor descentralización del currículum y una mayor autonomía de los centros escolares. Le han continuado varias reformas educativas más: 
  • la LOCE del 2002 (Ley Orgánica de Calidad de la Educación), en la presidencia de José María Aznar (PP);
  • la LOMCE del 2013 (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa), con Mariano Rajoy (PP) de presidente;
  • la LOMLOE de 2020 (Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Educación), ya con Pedro Sánchez (PSOE) de presidente. 
  

Y la siguiente gran revolución es en la que estamos aún sumergidos y a toda velocidad: la era de internet. La tecnología no solo como TIC, como herramienta de Información y Comunicación del conocimiento, sino como lugar, como espacio o red que permite conectarnos a nivel mundial, sin importar donde cada quien esté. El pizarrón cede su lugar a la pantalla con internet, el profesor y el libro de texto ya no son la única (ni tal vez la principal) fuente de conocimiento y consulta; y al aula le disputa la hegemonía a la educación en línea. 

Hackathon en línea organizado por el MIT (2020)

Ahora, bien, en la historia anterior, pareciéramos asumir que la educación depende de instituciones especializadas en la enseñanza, cuyo programa está determinado por el sistema político de cada época. Ni siempre ha sido así ni todos los educadores han asumido esa premisa. Hay varios movimientos y visiones educativas que defienden lo contrario: para aprender, para ser educados, no necesitamos la escuela. No, al menos, la escuela tal y como funciona desde hace varios siglos en el contexto europeo, supeditada al programa y el control del Estado. 


En conclusión:

Este viaje por la historia de las organizaciones educativas nos permite empezar a entender (al menos, una primera idea, aunque sea aún simple y algo difusa) de por qué hoy las escuelas y universidades son como son… y también cómo podrían ser de otro modo, cómo podríamos repensarlas. Las decisiones organizativas no son neutras: responden a ideas, valores, relaciones de poder, contextos sociales e históricas. Son hijas de su época. Y por eso estudiarlas es fundamental para cualquier pedagogo o pedagoga que quiera transformar el sistema desde dentro.

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